giovedì 27 settembre 2012

No te esperaba, pero ya que estás, pasa.




Así que ya estás aquí.

Te he sentido llegar, sabes. No es que me hiciera ilusión la idea, y la iba echando cada vez que brotaba en mis pensamientos. Fuera, fuera. Pero sabía que acabarías por ganar. Y desde luego te he sentido.

El día que empezó a oscurecer más pronto de lo que recordaba, te he sentido.
El día que me tocó la primera sandía medio mala comprada en el puesto de frutas de siempre en Santa Caterina, el de la señora linda que nunca me falla.
El día que entré a nadar a la piscina cubierta porque al aire libre tiraba vientecito.
El día que en el vestuario del gimnasio después de la ducha se me puso toda la piel de gallina.
El día que bajé al andén del metro y no tuve la sensación de sofocar.
El día que me acosté y me tuve que levantar a cerrar la ventana.
El día que apoyé la frazada de polar encima de la sábana, esa tan fea con dos caras de gato estampadas (pero que me la quiero mucho porque me la regaló mi madre y porque es suave y calentita).
El día que me fui de la playa porque ya no se estaba a gusto.
El día que me apeteció tomarme una infusión antes de dormir.
El día que ya dejé de poner el despertador a las 7:30 para ir a correr, porque me daba demasiada pereza.
El día que llegué en bicing al trabajo y no estaba sudada.
El día que -sin ni siquiera pararme demasiado a pensarlo- cogí volando mi chaqueta vaquera del armario antes de salir de casa.


Todas estas veces te he sentido y no he opuesto ninguna resistencia a tu llegada (sería inútil).
Y ahora que ya estás aquí, que anuncias tímidamente tu presencia, que aún me dejas la esperanza del último fin de semana en la playa (y de otro, y otro más), mírame: te voy a dejar entrar sin miedo.

Eres para mi el otoño del cambio, de todas las cosas nuevas que están por pasar. A ver si consigo que nos llevemos bien.
Lo voy a intentar. De momento, bienvenido.



Soundtrack: Maika Makovski, Cars that went by


(del balcón de mi casa - por poco tiempo aún - Carrer de la Cirera, el Born, Barcelona)



giovedì 6 settembre 2012

De cuando la realidad supera incluso la más atrevida de las imaginaciones.


Antes que todo respóndeme a esto: ¿Abrirías el portal de tu finca a un desconocido que por el interfono te suelta el rollo siguiente:

“Hola, soy amiga de vuestra vecina de arriba, que me dio las llaves para que le vaya a dar de comer a su gata mientras que ella está de vacaciones, pero resulta que las llaves no son las del piso, y total que no puedo dejar a la gata encerrada cinco días ya que le tengo que dar medicamentos porque está enferma, y bueno necesito llamar a un cerrajero para que me fuerce la cerradura, pero por lo menos quisiera que me abrieras la puerta de abajo...”

Tú, ¿abrirías?
Yo, no.

Pero no empecemos por esto, empecemos por donde hay que empezar: por el principio.

Hoy era un miércoles cualquiera, aunque en realidad si bien me lo pienso, es verdad que una ligera sensación de ansiedad estuvo dando vueltas alrededor mío todo el día, como un mosquito molesto en las noches de verano. Ahora entiendo que esto quería decir que algo tenía que pasar pero, hace unas horas, pensaba que era simplemente uno de mis momentos de cables-cruzados-sin-ninguna-razón.

Había quedado con Ale y Mandorlina para ir al club de Jazz del Taller de Musics a ver una Jam Session, todo eso después de pasar por casa de Judith a darle comida-agua-cariños-pastillita a Akira.
Judith se fue esta mañana a Cerdeña, y lo último que le escribí en Whatsapp fue: “¡Tú tranquila! Está en buenas manos”.

Cuando intenté abrir el portal de abajo sin conseguirlo, lo primero que pensé fue que Judith me había comentado que tenía truco. Pero cuando llevaba 15 minutos intentando, intuí que algo no funcionaba. 
No llevaba el móvil encima -por esto había quedado en la puerta del Jazz Sí alrededor de las siete y media, ocho menos cuarto- así que la única manera era esperarme un ratito a que alguien entrara o saliera para meterme. Y así fue casi enseguida, pero mientras subía las escaleras empecé a pensar: ¿Segundo o tercero? ¿Segundo segunda o segundo tercera? A ver, a ver, ¿dónde es que he entrado el millón de veces que he venido aquí? ¿Dónde es que entramos aquella vez que Judith me engañó para ir a los Encants y al final volvimos cargando entre las dos una caja de herramientas e-nor-me y pesadísima desde el mercado hasta aquí? ¿Tercero segunda o tercero tercera?

Y cual agente del FBI fui mirando las cerraduras de todos los potenciales pisos de Judith, con miedo a que alguien me viera y le entrara la sospecha de qué coño está haciendo esta tía en vestidito mirando cerraduras ajenas. Ninguna encajaba con el tipo de llave que tenía, excepto la del segundo tercera. Guao, demasiado facil, pensé. Pero intenté meterla, y no entraba. Alarma roja, amigo.

No había otra solución: volví a mi casa, llamé a Judith. Apagado. Llamé a Amagoia, intentando disimular los nervios expliqué la situación. Escuché la voz de Judith del otro lado, detrás de Amagoia, decir algo así como “pero si son las llaves de siempre, ¡se las di también a Fernando!” con el tono de quien quiere decir “a ver gilipollas, ¿te han enseñado alguna vez como se abre una puerta?”, entonces asumí que soy una gilipollas y me volví otra vez a intentarlo. Nada.

En la siguiente llamada que recibí de Judith, pidiéndome que le describiera la forma de las llaves, noté que su tono de voz estaba sensiblemente diferente. Estaba más bien en plan “oh-mierda, empiezo a sospechar que me he mandado la mayor cagada de mi vida”.
Y efectivamente.
Las llaves.
Que Judith me había dado.
No eran.
Las llaves.
De aquel.
Piso.

Ahora me estiraría demasiado si añadiera que mientras dejé que ella pensara en una solución tomé un bicing volando y alcancé -años más tarde- a Ale y Amandine en el Jazz Sí, que justamente al llegar ahí volví a hablar con Judith por teléfono y decidimos que lo mejor sería llamar a un cerrajero lo antes posible, que me volví volando en el mismo bicing, que de camino al barrio me crucé a Baptiste en su skate que hizo como que no me había visto (pero di media vuelta con la bici -again- y le seguí hasta que ya no tenía otro remedio que parar y hacer como que me acababa de ver), que mientras aparcaba el bicing me pregunté: ¿y ahora cómo cojones hago para que algún vecino se crea la historia y me abra?

Entonces, ahora volvamos a la pregunta de arriba.
¿Tú le abrirías a una desconocida que te cuenta todo esto?

Pues, Diva (diminutivo de un nombre larguísimo y complicadísimo que le pregunté varias veces sin lograr que se me guardara en el cerebro) me abrió.
Me abrió y bajó a ver quién era, me invitó a subir a su casa mientras que esperaba al cerrajero, a cenar con él y sus amigos (pero tenía el estómago tan cerrado que lo último que tenía era hambre), a tomar cerveza -no, gracias- ¿whiskey? -jajaja, no gracias, pero quizás un poquito de agua sí- ¿Agua? Mulher, não tein agua nissa casa, ¿zumo? -pues venga, va, me tomo un zumo.

Resulta que en casa de Diva estaban algunos amigos músicos, que se habían quedado a dormir después de una roda de Samba la noche anterior. También estaba Valeria, mulata colombiana hija de un guitarrista de Bossa Nova, que un día que vio a Diva tocar junto con Gil en el Parque de la Ciutadella, se acercó para escucharles y para cantar con ellos, y así se hicieron amigos.

Y ahí fue cuando llegó el cerrajero. Le tuve que confesar que no era verdad lo que le había contado por teléfono (que me había dejado las llaves de MI piso adentro - ¡es que no soy capaz de mentir! Y además cuando empezó a preguntarme como estaba hecho el picaporte por el lado interior, ya no sé de qué color me puse), le conté toda la historia, me dijo “a ver si le estoy abriendo la puerta ahora a una...” y no se animó a seguir porque como vio que estaba a punto de llorar de repente me creyó de la manera más absoluta (y es que esto funciona siempre con los hombres) y se puso manos a la obra para abrir aquella puerta, aunque fuera la última acción de su vida.

La abrió, entré, (le pagué al tío – uuuy Judith, ¡cuando veas esa factura que te dejé en la cocina!), Akirita estaba bien y cariñosa, hice todo lo que tenía que hacer y antes de volver a casa bajé a despedirme de mis salvadores y me quedé un rato charlando con ellos.

-Oye, me gustaría escucharte cantar, Valeria, yo adoro la Bossa Nova y me encanta cantar también...
-¿En serio? A veces nos encontramos aquí o en la playa para hacer un poco de musiquinha, venga, ¡nos damos los números y la próxima vez te vienes tú también!

Diva y los demás se iban a la Sala Monasterio para la noche de Forró, y a pesar que me habría parecido la conclusión más digna para un día como este, estaba demasiado cansada de demasiadas emociones como para seguirles en la noite Barcelobrasileira, y me retiré.

Y así es como pasó todo. Verdad verdadera.




Soundtrack: Águas de Março, Tom Jobim com Elis Regina