giovedì 20 gennaio 2011

Entre Barcelona y Bruselas.

Vane ha vuelto.
La vi el lunes. Después de un año.
Vino a mi casa a buscar las llaves de Luz.


Vino, y yo estaba apuradísima, me tenía que ir al aeropuerto, había comido un kebab volando (un kebab! yo no puedo comer kebab, me hace daño y además Aintzane me va a regañar en cuanto se entere) tenía que terminar de controlar que estuviera todo listo, que la casa estuviera en orden, que los gatos tuvieran todo lo necesario para estar cuatro días sin mi - y fue ahi cuando al apuro se le añadió el sentido de culpabilidad: por dejar a los gatos solos cuatro días, por no tener suficiente tiempo para charlar a gusto con Vane, por comer un kebab, y el sentido de culpabilidad por una cosa llamaba el sentido de culpabilidad por otra: por llevar dos semanas sin llamar a mi madre, por tener que saltar toda la semana de clases en el Casal, por llevar meses prometiéndole a Bal (sin cumplir) que le haría un album con sus fotos de embarazada, por estar pagando el gimnasio sin ir, por no haber felicitado a mi hermano Mariano por su cumple (luego me acordé qué sí, qué sí!! le había mandado un email, pero ya era tarde, ya ma había sentido culpable por eso y ya no podía volver atrás)


En fin, un desastre.
Y Vanesa estaba ahi, tan morena, tan hermosa, desprendiendo tanta energía de cada milímetro de su piel, tanta luz de sus ojazos, recién llegada desde otro mundo, desde otra vida, desde otra situación - y quizás todavía un poco quedándose ahí, en aquel mundo, aquella vida, aquella situación - mundo, situación y vida a los cuales tal vez, en algun momento lejano, yo también debo haber pertenecido (pero no lo podría asegurar, ahora).
De hecho, cuando ella se fue me fui a mirar al espejo y tras larga inspección me pregunté si esa persona que veía ahi, cara pálida, expresión tensa, mirada desconfiada, fuera realmente yo. No me supe responder.


Luego ya no había tiempo para seguir analizando, me tenía que ir al aeropuerto.


Todos estos pensamientos volvieron a pasar el rato dentro de mi cabeza más tarde, en el avión, cuando mirando la oscuridad fuera de la ventanilla me di cuenta de que curiosamente mi vida se parecía mucho a la situación concreta de aquel preciso instante, en aquel vuelo entre Barcelona y Bruselas: perdida en el aire, en algún punto no mejor determinado de la atmósfera, viniendo desde un lugar en donde no sabía si quería quedarme, yendo hacia otro a donde no quería ir.






...




La mia vita è come un libro.
Un piccolo libretto consumato, passato per chissà quante mani, le pagine ingiallite, la copertina spiegazzata. Con i bordi mangiucchiati dal tempo. Con le orecchie.


Molte pagine sono state strappate via, e se ne puó chiaramente vedere il margine orfano, frastagliato, doloroso.
Altre sono gonfie e rugose e ruvide e dure, l'inchiostro trasformato in macchia, forse perchè ci è piovuta su chissà quanta pioggia, o perchè qualcuno ci ha rovesciato sopra una grossa tazza di caffè nero.
Alcune sono colorate e allegre, perchè un bambino le ha usate per disegnarci su con pennarelli indelebili: casette, cuoricini, alberi, fiori, animali.
Una o due sono ricoperte di note fitte fitte, scritte a penna blu in una calligrafia minuscola e illeggibile.


Le poche pagine che si salvano, che sono pulite, che si possono leggere tutte intere, sono troppo distanti tra loro per avere un senso, e non hanno assolutamente niente in comune l'una con l'altra.


Ed eccomi qui, dunque, con il mio libro tra le mani, che lo guardo, lo giro da un lato, lo rigiro dall'altro, lo capovolgo, lo chiudo, lo riapro. Lo guardo.


Non ho dubbi riguardo al suo valore - almeno per me, inestimabile.


È solo che non so bene che farne.