martedì 21 dicembre 2010

El timbre.

Me han robado el timbre. Digo: el timbre, digo: el timbre de mi bici, quiero decir: el complemento más cutre de mi bici – que ya de por sí es muy cutre (y por esto yo la quiero).

¿Por qué el timbre, qué se harán de un timbre, de ese timbre: gris, oxidado, feo?

Me di cuenta de que me lo habían robado hoy por la tarde, cuando al volver a casa desde el trabajo pasé por el camino de la playa como hago muchas veces.
Iba por el carril bici, feliz de la vida, cuando vi a unos veinte metros delante mío a un peatón que también se paseaba por el carril bici, también feliz de la vida. Después de un breve pero intenso debate interior – ¿lo atropello o le toco el timbre, lo atropello o le toco el timbre, lo atropello o le toco el timbre? - decidí proceder por las vías legales y tocarle el timbre. Lo busqué con los dedos de la mano pues, sin quitarle los ojos de encima al peatón – son seres peligrosos, los peatones, nunca puedes prever lo que hacen, de repente se paran, se dan la vuelta, se echan para atrás, y si no estás pendiente puedes correr un gran riesgo, y ya le estaba muy cerca, en fin, que intenté buscar el timbre con los dedos, como siempre, y normalmente el timbre está ahí, a un toque de dedo adelante, un pelín hacia la izquierda. Y no, ¡no estaba!

Esquivé al peatón (sin ahorrarle el merecido grito: “HEY, QUÉ VAS POR EL CARRIL BICIIIIIII” bien gritado a pulmones llenos cuando estaba a unos treinta centímetros nomás detrás de su espalda, y él que iba sumergido en sus pensamientos de peatón y ni se había dado cuenta de mi presencia, se asustó que es un placer) seguí por mi camino y pensé: por dios qué mal estoy, se ve que empiezan a aparecer las primeras señales de desequilibrio, como puede ser que ya no reconozco la fisionomía de mi bici, ¡mi bici! Que no es solo una bicicleta, pues es mi medio de transporte, mi compañera de aventuras y una parte de mi propia identidad (es como la trinidad, vamos).

Me paré y ahí es cuando me di cuenta: el timbre brillaba por su ausencia. Una transparencia negra ocupaba su lugar. No hay timbre, nada de timbre, el timbre no está. Olvídate. Res. Un bel niente. Malditos, ¡me han robado el timbre!

Ahora, a parte la pregunta “¿por qué mi timbre, para qué ESE timbre?” que puede tener mil respuestas y ninguna, lo que de verdad me da pena y preocupación es la incógnita de donde estará ahora mi timbre, con quién.
A ver, ese timbre ha vivido una vida intensa: ha participado a más que alguna manifestación echando su canto heroico en contra de los coches, ha probado el escalofrío de atravesar Barcelona desde el Forum hasta el Raval en 25 minutos netos (dos veces por semana), ha petrificado con su potente sonido a miles de peatones que pretendían interrumpir su camino (sus víctimas preferidas, las señoras pijas) en fin, ha tenido muchas experiencias, y varias cosas para contar con esa voz.

¿Dónde estará ahora mi timbre, con quién? ¿Qué le harán hacer, a dónde lo llevarán? ¿Le garantizarán la misma calidad de vida a la que estaba acostumbrado? ¿No lo convertirán en un pobre timbre silencioso enganchado a alguna miserable bicicleta de ruedas desinfladas abandonada en algún oscuro sótano?

No tengo respuestas para eso, sólo puedo tener esperanzas. Y dejarle aquí mi mensaje de despedida, deseando que mi timbre, sea donde sea, lo perciba.

Nunca nos olvidaremos de ti, ¡compañero!

martedì 7 dicembre 2010

Lunedí 6 Dicembre

È festa.
Dormo fino a tardi.

Fino a quando il sole, che penetra il vetro spesso della finestra, soffice, mi apre gli occhi. Pantoufle e Léon ronfano al mio fianco. Al movimento impercettibile del mio corpo appena sveglio raddrizzano le orecchie, si stiracchiano, sbadigliano e mi si sdraiano addosso per la loro dose di coccole mattutine.

Mi alzo senza fretta, spalanco la finestra. Respiro. Lascio che tutta l’aria del mondo entri nei miei polmoni. Un tepore commovente abbraccia Barcellona. Ieri faceva freddissimo. Rimango qualche minuto affacciata con gli occhi socchiusi a lasciare che il sole mi sfiori la pelle, ad assaporare, grata, questo miracolo.

Durante il lento trascorrere della giornata una sensazione di domenica regalata avvolge me, i gatti e la casa come un’aurea magica.
Esco a camminare e sono le sei del pomeriggio, è giá buio.
È uno di quiei giorni in cui tutto si srotola come un tappeto rosso al mio passaggio.

È il giorno in cui, vagabondando per le stradine della cittá vecchia, incrocio la signora a passeggio coi cani, che la seguono distrattamente, senza guinzaglio, intenti ad annusare ogni pochi passi il ciottolato umido, mentre lei li chiama, tranquilla: “dai, torniamo a casa, torniamo a casa, vecchietti”;
è il giorno in cui vedo il papá accoccolato accanto alla figlia, lui che le parla dolcemente all’orecchio spiegandole con un sorriso qualcosa che io non posso sentire, che le accarezza con una mano la chioma di riccioli neri, mentre gli occhioni della bambina brillano, completamente catturati dalle lucine intermittenti del negozio di cioccolatini;
è il giorno in cui la ragazza con la chitarra, seduta sui gradini di Santa Maria del Mar, inizia a suonare, proprio mentre le passo davanti, una vecchia canzone italiana che mi riporta di colpo a un’estate di dieci anni fa; un’ondata terribile di nostalgia mi si fa spazio nelle vene, e io la lascio arrivare, gonfiarsi, rompersi, dilagare dentro di me, straripare, inondarmi di dolore e piacere e ritirarsi di nuovo verso l’oceano dei ricordi;
è il giorno in cui la macchina si ferma per farmi passare, e l’uomo alla guida mi fa un cenno gentile con la mano;
è il giorno in cui il semaforo pedonale diventa verde proprio mentre mi avvicino alle strisce;
è il giorno in cui il ragazzo che passa in bicicletta mi fa un sorriso.

Vista dalla Rambla del Raval, laggiú in fondo appesa nel cielo nero, nel bel mezzo dell’oscuritá, la cattedrale del Tibidabo si mostra nitida e luminosa.

Oggi, lunedí 6 dicembre, è Natale, è l’Epifania, è il giorno in cui mi sento parte di questa cittá, di questo mondo, dell’aria che respiro.

Domani tutto tornerá come prima, ma oggi mi arrendo, alzo bandiera bianca, mi lascio andare. Oggi è il giorno in cui smetto di lottare, è il giorno in cui depongo le armi, in cui smetto di nuotare controcorrente e mi abbandono, senza opporre resistenza mi lascio trasportare dal flusso della vita, galleggiando, appagata, serena: anche solo per un giorno: felice.