lunedì 26 gennaio 2009

Barcelona, Brasil.

A veces me tumbo en la playa, abro los brazos, intento que cada mílimetro de mi piel entre en contacto con la tierra.
Entonces cierro los ojos y me concentro, y dejo que mis energías fluyan para abajo, que entren en profundidad en la arena, que sigan bajando más y más, que atraviésen las capas terrestres hasta llegar al Nucleo, y que luego vuelvan a subir hasta salir al otro lado del mundo.

Y es ahí cuando la siento: Barcelona.
Es ahí cuando con los ojos cerrados, la siento latir, respirar, vivir. Y mi latido va a su ritmo, y mi respiración también.
La veo. La reconozco. Estoy dentro de ella.

Y cuando vuelvo a abrir los ojos y a mi alrededor tengo una maravillosa playa subtropical, nadie lo va a creer, pero siento nostalgia de casa.

...

Y después de casi un mes y medio en Brasil, mi relación con los brasileños aún no está resuelta.
He conocido a muy buena gente - especialmente los del sur, los Gaúchos de la zona de Porto Alegre, y los de Santa Catarina - pero en general no me llevo bien con ellos.
Para las mujeres sigue valiendo lo que escribí hace un tiempo. Gatísimas con todo hombre, consideran a otra mujer como un peligro, o simplemente una pérdida de tiempo. Por otro lado, los hombres no tienen idea de como conquistar a una chica. Nada a que ver con el sutil juego de seducción de los argentinos (muchos, no todos) y de los uruguayos. Digamos que practican un acercamiento más "carnal": simplemente, van a saco.
Tan solo pedir una simple información es una lotería. No es recomendable confiar ni en los empleados de las oficinas de venta de pasajes de bus.
Muy a menudo la gente es gentil, abierta y amigable solo si hay un interés de por medio: dinero, o sexo. O las dos cosas a la vez.
Ha sido dificil, muchas veces, relacionarme con la gente. Hacerme entender. Y no es la barrera del idioma, al revés, mi portuñol mejora de día en día. Es más bien una barrera cultural, y eso me sorprende aún más. No me lo esperaba.
En muchísimas ocasiones he tenido que sacar toda la paciencia posible para no desnervarme -palabra que no sé si existe, mi español se está borrando por completo (pero suena bien, no la voy a corregir).

Y luego, de repente me encuentro con personajazos increíbles que me borran de un golpe todo el mal rollo.
Como Lila y Caio de Florianopolis, donde de verdad vale el juego de palabras "life's a beach".
Como Cristina de Ilha Grande, una verdadera madre para los viajeros (también con sus momentos de histería, como cada madre que se respete).
Como la gente de Paraty (y aquí cae una lagrimita).

Como Pedro, mi fabuloso guía en el Pantanal. Un señor barrigudo, medio indio, que habla no sé cuantos idiomas y nunca llevó un par de zapatos en la vida. Tiene las suelas de los piés como pneumáticos.
Lo sabe todo sobre la naturaleza. Todo. Habla con los monos. Y le contestan. Sí, le contestan.
Sabe que si un tal pájaro está gritando es porque en algún lugar hay la amenaza de un Boa Constrictor. Y sabe llevarte hasta él para que tú lo veas con tus ojos, moviéndose en el mato con total seguridad, haciéndose camino dentro de la selva con su machete.
No usa repelente, y los mosquitos no le pican. La última noche me dijo: Los mosquitos solo están en tu cabeza. Es un juego psicológico. Tú no piensas en ellos, y ellos no te pican. Ellos no existen.
Al día siguiente salimos a caminar por la mañana, y para seguir su ejemplo no puse repelente.
Me comieron viva. Él se mataba de la risa.

Mañana dejaré Brasil y entraré a Argentina. Voy a echar de menos el Açaí, la Skol y la comida arroz-feijao-farofa.
Tengo una mezcla de sentimientos raros, muchas ganas de irme, también ganas de volver, quizás en futuro.
Pero sobretodo la decepcionante sensación de no haber conseguido capturar la esencia de este País, de su Cultura, de su Gente.

Ilha Grande, Foto a Parole

Un sentiero che sale lungo la montagna, sinuoso come un serpente. La terra bruna, resa piú scura dall'umiditá.
Ai due lati, frondosa, la foresta verde. Fitta.
Davanti ai miei occhi, a mezz'aria al centro dell'inquadratura, una farfalla grossa come una mano aperta, le ali di un blu profondo, bordate di pizzo nero.
Un'istante, ed é giá volata via.

...

Praia Dois Rios.
Due ore e mezza di cammino per attraversare l'isola valgono la pena quando, all'arrivo, ti incontri davanti a quello che finora avevi visto solo nei cartelloni delle agenzie turistiche.
Non c'è quasi traccia umana.
Sabbia come farina, acqua trasparente resa verde dal riflesso della vegetazione intorno. Due fiumi delimitano la spiaggia ai due lati, due fiumi che sbucano come per magia dalla foresta, sornioni.
Ne risalgo uno a piedi. L'acqua è bassa e cristallina, fresca. Gruppi di pescetti bianchi si muovono in sincronia, cambiando direzione a scatti.
Non so quanto tempo è passato, e mi ritrovo sola nel mezzo della selva, che prepotente si sporge oltre gli argini, come a voler possedere l'acqua. Tutto è silenzioso.
Normalmente nei documentari a questo punto arriva un coccodrillo da lontano, velocemente, gli occhietti che spuntano sopra il pelo dell'acqua, inesorabilmente diretto verso la preda.
Mi lascio suggestionare dalla mia stessa fervida immaginazione e il piú velocemente possibile riscendo il fiume fino a tornare in spiaggia.

...

Attraversando l'oceano, di ritorno alla terra ferma.
Da un lato, la coda d'acqua spumosa che il catamarano lascia dietro di sè. Dall'altro, un isolotto verde scuro con un piccolo faro rosso in cima. Intorno, innumerevoli isole montagnose dei piú svariati toni del verde, che punteggiano l'oceano fino a dove l'occhio arriva a vedere. In lontananza appaiono come sagome azzurrine bidimensionali, come pannelli della scenografia di un teatro.
Le immancabili nuvole bianche, gommose, stratiformi, nascondono le punte delle isolette.
Piú in alto il cielo è di un azzurro intenso, attraversato da leggeri filamenti di nuvola che sembrano tessere un punto croce.
E al centro della scena, a metá strada tra l'oceano e il cielo, grossi uccelli neri volano lentamente, disegnando una spirale nell'aria.
Le ali spiegate, girano e rigirano su se stessi, senza fretta, lasciandosi cullare dal vento.

...

Angra dos Reis, dal lato della terra ferma.
Le casette colorate si arrampicano sulla parete della montagna come una manciata di mattoncini di Lego che qualcuno ha preso a piene mani e ha scaraventato distrattamente nella foresta.

...

A volte è davvero frustrante non avere a disposizione una macchina fotografica.

giovedì 15 gennaio 2009

Paraty es una hermosa ciudad, tan recogida y pequeña que parece ser un pueblo.

Con casas blancas de estilo colonial portugués y de suelo empedrado, tan empedrado que al principio me costaba caminar. Luego me acostumbré y andaba como bailando por las ruas del pueblo, en mi paseo diario por los puestos de artesanía, a lo largo del río, hacia la plaza de los hippies y finalmente por la noche, a la Praza de la Matriz, lugar de encuentro de la vida paratiense, donde tomé las mejores caipifrutas de mi vida, en el quiosco de Renato.

El pueblo tiene una discreta oferta cultural y artística, mucha, pero mucha fiesta para todos los gustos, y en el mismo tiempo la tranquilidad necesaria para descansar, relajarse, olvidarse del mundo alrededor sin tener miedo de que te atraquen por la calle.
Y por supuesto, se asoma a una baía con cientos de playas y unas sesenta islas más o menos grandes, más o menos exploradas. Un paraíso. Lindo, lindo, lindo.

No obstante, lo que más me ha costado dejar atrás no es el paisaje, sino la buena onda que se respira. Después de estar ahí una semana ya me sentía una del pueblo, ya conocía y saludaba por la calle a la gran mayoría de la gente que vive ahí. Y me voy a llevar algo de cada uno de ellos.


Paulinho, hombre de pocas palabras pero de la sonrisa abierta, gran cocinero, dueño del homónimo restaurante donde Seth y yo comimos una picanha que estaba de muerte.
En el mismo lugar trabaja un geólogo bahiano cuyo nombre es demasiado dificil para recordar, pero cuya conversación es imposible de olvidar. Un personaje extremadamente interesante, que por su trabajo vivió en cada esquina del planeta y ahora que está jubilado, para entretenerse con algo ayuda a su amigo sirviendo las mesas.

Junior, camarero de la pizzeria italiana, 25 años y dos hijos, que me contó que de joven (y ahora que es, me pregunto yo) era una cabeza loca y que sus hijos le salvaron la vida.
Miguel, mi tatuador, que detrás de sus ojos negros de duro esconde una timidez que te derrite, y su amigo Andrés, chileno, buenísimo artista de pintura en spray.
Y los hippies de la plaza: Pedro, el gigante bueno, típico ejemplo de hombre brasileño: alto, grande, negro, de rastas, guapo y sonriente.
Elvis (ya, a veces los padres brasileños se pasan con los nombres) de São Paulo, sexy y malicioso, maluco, juguetero, no sé cuantas cervezas hemos compartido. Yo siempre prefería la Skol, él la Itaipava.
Luciano y su pequeña beba de pocos meses, tumbada en un pareo de colores en el suelo.
Hugo, carioca, el hippie-burgués que de chico vivía en la calle y ahora tiene una casita cerca del mar.
El Cabeludo y su perra Loba, con pulseras de macramé en las patas y tereré en el pelo.
Gito, de Bogotá, piel olivastra y ojos verdes, increiblemente guapo, misterioso y fascinante como la selva colombiana. Un día, en broma, estuvimos pensando en lo hermoso que tendría que salir un hijo nuestro, y dentro de mi (solo por un momento) pensé: dale, y porqué no?
Fabio, que me quería enseñar lo bonito que es Camburi, pero yo ya me tenía que ir.

No hay chicas en esta lista, y la verdad es que no he conseguido hacer amistad con ninguna chica local. En este aspecto, aún no he entrado muy bien en la cultura brasileña. La sensación que me dio es que las mujeres están desconfiadas, o no están interesadas en tener otra amiga mujer, más allá de su entorno establecido y cerrado. En dos meses y medio de camino he encontrado a amigas de cualquier parte del mundo: Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, España, Inglaterra, Francia, Irlanda, Croacia, Suiza, Alemania, Russia, Estonia, Noruega, Estados Unidos, Canada... y la única mujer brasileña con quien tuve buen feeling fue Andrea, personaje espectacular, que conocí cuando aún estaba viajando con Luz.

Será pura casualidad que estuviera felizmente casada?

sabato 10 gennaio 2009

Il mio Angelo Custode.

Si dice che gli animali siano dotati di una sensibilitá che li rende capaci di avvertire con anticipo l'arrivo di una tempesta.
Io non l'avevo esattemente avvertita, ma una volta che è arrivata non sono riuscita a chiudere occhio durante tutta la notte.

Al mattino ero come in un mondo parallelo. Con un mal di testa terribile e la sensazione di essere intrappolata in una sfera di vetro che mi separava dal resto delle persone.
Il mio angelo custode mi ha praticato una breve digitopressione sul palmo delle mani, nel cuscinetto di carne tra il pollice e l'indice, e lentamente il dolore è svanito.

Non so ancora chi, o che cosa è, Seth.
Se dovessi parlarne oggettivamente, potrei dire semplicemente che è l'amico con cui ho condiviso il tratto piú lungo del mio cammino, almeno finora.

Ma c'è qualcosa che mi sfugge in lui e che non mi permette di catturare la sua essenza.
È un ragazzo dalla sensibilitá estrema, nell'accezione primordiale del termine: è altamente predisposto all'esperienza sensoriale. È una creatura misteriosa, inspiegabile, affascinante. Come un gatto, a volte scompare per un giorno intero, per poi tornare all'improvviso, dal nulla, e inondare con la sua energia positiva tutto lo spazio attorno a sé. Quando non c'è, lo spazio vuoto è pieno della sua assenza.

Non saprei dire la sua etá. Quando ci siamo conosciuti mi ha detto di avere 25 anni, ma in questi giorni ho avuto innumerevoli occasioni per dubitare che fosse vero.
C'è, nel suo modo di pensare, di riflettere, di parlare, un'innata saggezza e una profonda conoscenza di se stesso e del mondo, caratteristiche di una persona ben piú matura e adulta. Quasi direi di un anziano.
Eppure nello stesso tempo, nel suo sguardo gioviale, nella sua risata, nella giocositá dei suoi gesti, risiede una fanciullezza che spesso sfiora l'innocenza di un bambino.

È uno spirito libero, puro. Non riesco a immaginarlo realmente legato a niente e a nessuno. Appartiene solamente a se stesso. Eppure ha una capacitá invidiabile di relazionarsi con completa naturalezza con tutti, specialmente con le donne, e non perchè sia in cerca di sesso e di avventure, tutt'altro. Almeno, non è quello che ho percepito in lui.

È una persona che ha viaggiato moltissimo, e che da ognuna delle innumerevoli esperienze che ha vissuto ha assorbito qualcosa, come una spugna.
A volte mi chiedo per quale ragione ci siamo incontrati, se c'è un motivo al di lá della casualitá delle cose. A volte mi chiedo se non sia una creatura sovrannaturale arrivata da chissá dove con la missione di aiutarmi in qualche modo, ancora non so come. Forse semplicemente facendomi stare bene con la ricchezza delle sue vibrazioni.

Una notte di queste ho sognato Irma. Era da anni che non la incontravo in sogno. Se non sbaglio l'ultima volta era stata la notte della sua morte. Non ricordo quello che succedeva, ma ricordo Lei, mia nonna. E il fatto che sia venuta a trovarmi mi fa pensare che qualcosa di importante sta per succedere, o sta succedendo.

Spesso, quando esco da sola a camminare e scopro un qualche posto particolarmente bello, penso: spero che Seth ci sia passato, che l'abbia visto anche lui, e piú di una volta mi è capitato di incontrarlo pochi minuti dopo aver formulato un pensiero del genere. Non so se è telepatia o semplice coincidenza, ma spesso non abbiamo bisogno di parlare per stabilire una connessione tra le nostre menti. Io lo sento. Non abbiamo una relazione particolarmente affettuosa, nè passiamo tutto il tempo insieme, al contrario: la maggiorparte delle volte ognuno sta per conto suo, ma io noto la sua presenza. E godo della sua presenza, molto spesso silenziosa.

Non sono del tutto sicura che sia una persona vera, un essere umano voglio dire.
Ogni giorno di piú mi sto convincendo di aver incrociato il mio cammino con uno spiritello dei boschi, con un folletto, con un elfo.

O forse, addirittura, con un Angelo.

La Natura vince.

Al passare la frontiera tra Uruguay e Brasile succede un fenomeno al quale ancora non so dare una spiegazione: come se la Natura conoscesse i confini politici arbitrariamente imposti dall'uomo, il paesaggio arido e brullo diventa immediatamente lussureggiante e prorompente.

La sensazione che ti pervade, in Brasile, è che la Natura vince sopra ogni cosa.
Dall'alto del Morro di Corcovado, dove il Cristo Redentore apre le sue braccia sopra il popolo carioca, ammiravo la cittá di Rio de Janeiro, cosí grande, cosí urbanizzata, eppure cosí succube della Natura circostante, cosí schiava di essa. È come se l'uomo dovesse chiedere permesso alla foresta per vivere accanto ad essa, sottostare alle sue leggi. Nonostante lo sforzo costante e immane per farla sua, per prostrarla ai suoi piedi, è Lei a regnare sovrana, sempre.

Lo stesso, e in misura ancora maggiore, succede lontano dalle grandi cittá.
Ieri, con alcune persone conosciute in ostello, abbiamo noleggiato una barca da pesca e abbiamo passato la giornata da un isolotto all'altro, nella paradisiaca baia di Paraty. L'aria era fresca, limpida, il sole caldo e brillante: un giorno perfetto.
Eppure pochi minuti dopo il nostro rientro ha iniziato a piovere, e ha piovuto per ore senza interruzioni, una pioggia spessa e densa, abbondante, cattiva. Il fiume è straripato durante la notte e ha preso possesso del villaggio. La piú grande inondazione negli ultimi vent'anni, dicono. Alcune persone hanno perso la vita.

Stamattina sono uscita a passeggiare ignara di tutto, e mi sono improvvisamente ritrovata in una distesa di fango attraverso la quale era quasi impossibile camminare. L'oceano era una coperta spessa di lana marrone, le montagne orgogliosamente rigogliose erano inghiottite, assorbite da uno strato spugnoso di nuvole nere.
Le nuvole in Sudamerica sono diverse. Il cielo sembra essere stratificato in piú livelli paralleli e sovrapposti, e le nuvole acquistano una consistenza solida, gommosa. Multidimensionale. Come pesanti materassi di piume d'oca appesi all'infinito grazie a fili di nylon trasparente.

Tutto era calmo. Nessuno avrebbe indovinato ció che era accaduto, se non fosse per il fango che copriva ogni cosa, per le barche ribaltate lungo l'argine del fiume, per le macchine affogate nell'acqua.
La Natura vince su tutto. Vince sull'ingenua aspirazione dell'uomo a possederla. La Natura lascia che l'uomo faccia i suoi disastri e aspetta silenziosamente, padrona di una calma millenaria, fino a quando improvvisamente decide che è il momento di far sentire la sua opinione. Si sveglia, prende forza, ristabilisce con violenza l'ordine delle cose, rilascia il suo grido rabbioso, miete le sue vittime senza alcuna pietá, e quando è soddisfatta e piena torna alla sua forma originale, quieta, gentile, accogliente. Come se niente fosse successo.

E un sole tiepido, nel pomeriggio, è apparso timidamente a chiedere scusa.

lunedì 5 gennaio 2009

Samba in Copacabana

(foto su gentile concessione di Ingunn)

Cenetta in ostello







Arrivando verso Copacabana.


Will, Oscar, Pao, Gregory, Elizabeth, Seth, Ingunn.
Uk, Svezia, Italia, Francia, Canada, USA, Norvegia.





Toshi e Gregory.

Pao e Ingunn.

Ed è il 2009! Brindisi di dovere.



Feliz Ano Novo!


Fuochi d'artificio.




Il must dell'ultimo dell'anno, a Rio de Janeiro, é Copacabana.

Si dice che almeno due milioni di persone, ogni anno, si riversino sulla spiaggia piú fashion della cittá.
E io, senza nessun rimpianto, abbandono per una notte l'illusione di essere una viaggiatrice alternativa e mi unisco alla massa vestita di bianco.

La serata inizia con una cena nell'ostello, i cuochi: Elizabeth-Canada, Toshi-Giappone, Paola-Italia. Un menu semplice -impossibile pretendere piatti elaborati con gli strumenti a disposizione nella cucina dell'ostello- ma gustoso e abbondante.
Birra Skol per rendere il momento indimenticabile -sí, improvvisamente mi è iniziata a piacere la birra, anzi adesso la amo, la adoro, non ne posso fare a meno, mamma ne sei felice, eh?- e una insalata di frutta bagnata in spumante come dessert.

Poi, come tante infermierine in processione usciamo e ci dirigiamo verso Copacabana, a una ventina di minuti a piedi dalla nostra spiaggia, Ipanema. Le strade pullulano di migliaia di infermierine armate di bottiglie di spumante, cachaça, svariate bevande alcoliche.

Arrivati in spiaggia, è impensabile stare tutti uniti per piú di mezz'ora, poco a poco perdiamo elementi del gruppo, come se fossimo in guerra.
Tutti i miei sensi sperimentano La Meraviglia. Le lucine, la musica, il profumo dell'oceano, lo spumante, e una pioggia sottile che ci regala un po' di sollievo dal caldo afoso.
I fuochi d'artificio sono maestosi e interminabili, e due milioni di persone con il naso all'insú.

Da otto passiamo a cinque poi a tre poi a due, e alla fine mi ritrovo da sola (sola si fa per dire, ovviamente), ballando samba nell'oceano col mio vestitino bianco inzuppato, ubriaca e felice, e realizzo il mio vecchio sogno di passare una notte di San Silvestro d'estate.

Mi sveglio per il freddo e sono ancora in spiaggia, sono quasi le sei del mattino e il sole sta per sorgere, ma la voglia di vedere l'alba è di molto inferiore alla voglia di vedere una doccia tiepida e il letto.

Sono la Donna-Sabbia, completamente bianca dalla punta dei piedi all'ultimo capello. Sotto la doccia ho paura di intasare il tubo con i chili di sabbia che mi scendono di dosso (e non sono sicura di non averlo intasato).
In camera, con sollievo scopro che tutti i miei amici sono giá dolcemente addormentati nelle loro postazioni, tranne Seth che arriva pochi minuti dopo di me (e mi chiedo, dove sará stato, ehhh???).

Mi abbandono al sonno immediatamente, come poche volte nelle mia vita, un sonno grasso, succulento, meritato. Mi sveglio ed è in realtá un giorno come tanti altri: da settimane ormai ho perso completamente la nozione del tempo.
Non ho nemmeno pensato alla lista dei buoni propositi per l'anno nuovo, tanto so che poi non li seguiró.
Dovrei almeno disintossicarmi dalla Skol, che poi la birra non la posso nemmeno bere e se lo sa mia mamma s'arrabbia.

Ma il Brasile non è il posto adatto per mantenere certe promesse, e mi "ri-prometto" di ri-pensarci una volta in Argentina.

Buon 2009!

sabato 3 gennaio 2009

Non mi è successo niente, sto bene, era solo una vecchia macchina fotografica.

La versione ufficiale, per mia madre, è che si è rotta per colpa della sabbia.
Che nessuno - amici, parenti, conoscenti o nemici - osi riferire alla mia genitrice il contenuto di questo post.

(Capito zio Walter, eh?! a proposito, auguri e grazie per il messaggio, il mio cellulare giace abbandonato nella cassetta di sicurezza dell'ostello da giorni, per questo è impossibile contattarmi)

El primer día del año, después de un desayuno riquísimo con mi mejor amigo del hostal -potencial hombre de mi vida que todavía no entendió que fuimos creados para estar juntos (y no hubo manera, hasta ahora, de que lo entienda)- decido tener un día solitario, como siempre me pasa durante las fiestas cuando estoy lejos de mi familia.

Agarro lo mínimo indispensable -mi fiel cámara de fotos y dinero justo para el bus- para dar un paseo por el centro y por Lapa, uno de los barrios más característicos de la ciudad.
Son las cinco de la tarde y el sol brilla alto en el cielo cuando alcanzo el Paseio Público, un parque-jardín muy lindo, desde el cual se pueden hacer fotos muy interesantes con el Pão de Açucar de fondo.

Un guardia me llama desde lejos. Uh, qué habré hecho, me pregunto. Me dice: para aquí unos minutos, espera.
Yo lo flipo, no entiendo. Me dice: aquellos dos te estaban siguiendo.
Y yo había notado algo, pero me decía a mi misma, Paola no te hagas películas, como te van a estar siguiendo, no seas dramática.
Pues evidentemente hay que ser dramáticos en Rio, nada de películas, hay que esperarse siempre lo peor.

Me pongo a charlar con el guardia mientras esperamos a que esa gente se vaya, y él me cuenta que esta zona es bastante peligrosa, sobre todo en días de fiesta, ya que todo el mundo está en las playas y el parque está desierto.
Me aconseja cambiar dirección y ir para Flamengo y Botafogo, otros barrios interesantes y más seguros.
Agradezco, me despido y voy. El parque es muy grande y tengo que llegar al final y cruzar un puente para salir de ahí. Estoy nerviosa pero intento disimularlo, y repito un mantra en mi cabeza: relájate, relájate, relájate.
Pienso: qué injusticia que una persona no pueda disfrutar de un sitio tan bonito porque tiene que tener las antenas puestas, o mejor aún, tiene que ir para otro lado.

Estoy casi, casi, casi en el puente cuando mi instinto me pone en alerta: alguien me está siguiendo. Estoy alarmada, me giro, y ya es demasiado tarde: dos chicos y una chica están encima de mi, el más grande me bloquea, el otro saca una pequeña navaja, la chica agarra mi cámara que llevo atada a la muñeca para que el de la navaja corte la correa, pocos segundos y están corriendo al otro lado del parque.

Me quedo inmóvil, parada, helada. Un hombre se me acerca, me pregunta si me han hecho daño, si estoy bien, y yo solo puedo contestar que tudo bem, tudo bem, pero en realidad no estoy entendiendo exactamente lo que ha pasado.
Un coche de la policía pasa por ahí justo entonces, el hombre lo para, explica la situación a los polis que me suben al coche, vamos dando vueltas por el barrio a ver si puedo reconocer a los chicos.

Es imposible. Fue todo demasiado rápido y lo único que me acuerdo es que uno de ellos tenía una camiseta roja -o era verde?- y estoy tan confundida que no puedo casi ni ver de verdad la gente que pasa.

Me acompañan al bus, como una reina me subo sin pagar, voy a mi asiento y me hago pequeña, y pienso en todas las fotos que he perdido, que por ser vaga y tonta no pasé al disco duro.

Mis fotos maravillosas de las playas de Uruguay, de la Isla de Floripa, de los graffitis de São Paulo, del Cristo de Rio en contra luz, y aquel pequeño escarabajo verde brillante que voló sobre mi brazo y no se quería bajar, mientras Seth (el hombre de mi vida, el mismo de antes) y yo lo observabamos como embrujados, los niños de la Favela de Rocinha -si, fui a la favela, por supuesto acompañada por un guía local- tocando tambores (barriles de lata vacíos), la puesta del sol en Ipanema con una lata de cerveza Skol en primer plano, las bambas negras de Seth y un cielo impresionante color naranja de fondo, todo perdido, todo perdido.

Y sobretodo pienso: como haré ahora, yo, sin mi mejor compañera de viaje, sin mi cámara?