domenica 27 gennaio 2013

Tabula Rasa


Un día cualquiera, a la hora de comer, les dije: Má, Pá, la semana que viene me piro de aquí.
Mi padre contestó: me parece muy bien, y a dónde te vas? Y es que nunca me toma en serio.
A Barcelona.
Se pusieron a reír. Luego me miraron en los ojos. Yo me había quedado en silencio. Se hicieron serios.

Eran finales de enero, tenía 23 años. Estaba recién licenciada, tenía algunos kilos y muchas ilusiones demás y llevaba años deseando salir de aquella ciudad. El día uno de febrero me fui.

Recuerdo que durante los primeros tres años de mi vida aquí pasaba casi a diario delante de la Sagrada Familia. Bajaba Lepanto a toda pastilla en bici, entraba en el Paseo de Gaudí y de ahí en diagonal hasta la Plaza de la Sagrada. Me paraba un momento, ponía el pié en el suelo, la miraba de abajo a arriba. Tomaba un respiro, me llenaba de Maravilla, y seguía con mi bici por Provenza hasta donde fuera.

A veces me gustaría hacer un reset de los casi siete años que llevo en esta ciudad, volver a empezar desde cero, hacer tabula rasa de todo lo que viví para volver otra vez a conocerlo y experimentarlo todo con la misma pureza de un niño, sin tener recuerdos buenos y malos que se despiertan a cada rato, cualquier cosa esté haciendo o esté donde esté. Todo nuevo de nuevo.

Entonces esta noche, al volver en bicing desde el Gótico, después de despedirme de Judith y los demás, no tuve ganas de volver enseguida a casa. Subí hasta la Sagrada Familia y me paré a mirarla, como había hecho todas aquellas veces durante por lo menos tres años. Intentando mirarla como si fuera la chica recién llegada de Italia que algún día fui.

Y luego bajé -también a toda pastilla- hasta la playa, por Marina. A lo largo del camino vi: a un magrebí vomitando por las aceras; a una cuarentona rubia platino en tacón de aguja que andaba agarrada a un hombre ya que casi no se podía mantener de pié; a tres chicas jóvenes y lindas que se reían de algo mientras iban vete a saber donde.

Y de repente sentí ternura y pena. Ternura y pena hacia el magrebí que se había tomado la noche demasiado a pecho, hacia la cuarentona rubia platino que extrañaba sin duda sus años de oro, hacia las jovencitas que habían pasado horas arreglándose antes de salir, con la esperanza de que sus vidas iban a ser mejores a partir de esa noche.
Sentí pena y ternura hacia mi misma que me la pasaba pedaleando hasta la playa en un sábado por la noche, cuando se supone que una persona normal de treinta años y en salud tendría que estar con una copa en la mano y rodeada de amigos en algún local ruidoso; pena y ternura hacia las personas que se me habían acercado a lo largo de mi vida, aquellas que habían llegado tan cerca que habían terminado por quemarse, tan cerca que habían logrado ver con sus propios ojos como yo misma me iba quemando poco a poco.

En la playa había movimiento de gente y se escuchaba el tunz tunz de las discotecas alrededor, tan fuerte que sentí como si estuviera con ese ruido en los auriculares. Admití que la idea de bajar a respirar un poco la brisa del mar no había sido la más acertada. Me quedé unos minutos observando las olas que rugían potentes, después di media vuelta y subí otra vez por Marina, dirección casa.
Al pasar por la parada del metro vi a decenas de personas que bajaban por Almogavers hacia Razzmatazz. Pensé en qué sería lo que estaría haciendo en esos momentos la gente que andaba por ahí de fiesta.

Pidiendo una cerveza en un bar. Esperando a los colegas. Haciendo cola para entrar en una discoteca. Entrándole a alguien. Escribiéndole un whatsapp al potencial ligue. Ligando. Enamorándose. Peleándose. Dejándose. Tomando un gin tonic. Pagándole una copa a la tía esta, a ver si cae. Tonteando con el de la barra. Metiéndose una raya de coca en el baño. Follando en el baño. Meando en el baño. Llorando por verle a él con otra tía más guapa. Pintándose los labios. Intentando llamar a alguien que no contesta. Hablando de cosas sin importancia, que al día siguiente no recordarían. Hablando con personas sin importancia, que al día siguiente no recordarían. Tomando otra copa. Metiéndose otra raya. Entrándole a otra persona.

En cambio, yo estaba volviendo a casa en bicing, después de ir a mirar la Sagrada Familia y bajar hasta la playa, en el intento no muy bien logrado de volver a sentirme nueva en esta ciudad, virgen de experiencias, desnuda de recuerdos.

...

(La crisis de los treinta años me ha cogido preparada: llevo treinta años en crisis. Hace tiempo ya que he aprendido a llevarlo.)


3 commenti:

Anonimo ha detto...

no te conozco en persona...sólo te leo...pero por lo que escribes pareces única, especial. La amiga que a todas nos gustaría tener, y con las rayaduras propias de las chicas especiales...la que adoran a sus animalitos, las que adoran los pequeños detalles de la vida como un timbre en la bici, las que necesitan sentirse vivas y especiales cada día, las que adoran sentir siempre un beso como el primer beso, la pasión y las maripositas de los primeros meses y a las que nos gusta sufrir porque el sufrimiento nos hace sentir la vida...tal vez me equivoque...pero cada vez que te leo...me veo entre lineas! un beso!

Paola B. ha detto...

mil gracias :')

Anonimo ha detto...

Ahora te leo esto... Me ha gustado. Aunque algunas cosas que pones serían temas de debate de los nuestros...

un beso!

(soy Josep)

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