giovedì 22 settembre 2011

Llaves




Estaban a medio colgar, ni dentro ni fuera.
Así las encontró el cerrajero que vino a rescatarme esta noche. Había sido cuestión de un instante: salí con el móvil en una mano y una copia de las llaves en la otra, para dárselas a Judith que me esperaba abajo.
Click, la puerta se cerró en slow motion, y ahí me di cuenta. Click. Mis llaves estaban metidas en la cerradura.

Lo intentamos: intentamos meter la copia y empujar para que la otra saliera del otro lado, intentamos desmontar el bombín, intentamos con mi tarjeta caducada del Cine Renoir, eso que se ve hacer en las pelis con la radiografía. Intentamos con una horquilla. Nada.
Frustradas, bajamos: llamé a uno de los mil números pegados en los marcos de la entrada de la tienda de Emi, llamé a otro y era el mismo de antes, le dije que viniera. ¿Había otra solución?

Y cuando llegó metí la copia en la cerradura para enseñarle cómo se quedaba atascada y no, mágicamente entró y giró, el mecanismo hizo el click más fluido que he escuchado en la vida y la puerta se abrió perfectamente. Él me miró y su mirada me dijo alguna cosa entre "esta tía está loca" y "vaya gilipollas".

Mis llaves estaban así, a medio colgar. Ni dentro ni fuera.

¿Qué habrá pasado en esa media hora? Yo no consigo darme paz. 
Suerte que Judith estaba conmigo y pudo confirmarme que sí, que antes la cerradura estaba de verdad, realmente, a todos los efectos atascada. Suerte, porque si hubiera estado sola, habría dudado seriamente (aún más) de mi salud mental.

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